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P 39 de nuevos descubrimientos, y al mismo tiempo ese intimo impulso de ceñirse gustosamente a su coto, atenerse al carril de la costumbre, y arrostrar a diestro y siniestro las ocurrencias.

Es asombroso: venir aqui, otear desde la montañuela esa amenisima vega' que en torno me embelesaba... allá la arboleda... ¡Ah, si pudieras emboscarte por sus sombras!... Acullá el picacho de la sierra... ¡Ah, si pudieras tú señorear desde allí la anchurosa campiña.. el entronque de las eminencias y los encajonados valles!... ¡Asi pudiera trasponerme por ellos!... Apresuréme, volvi, y eché de menos cuanto anhelaba. Sucede con la distancia lo que con el porvenir. Un conjunto enmarañado se explaya ante nuestra alma, las potencias se ofuscan como la vista, y nos abalanzamos con todo nuestro ser, con el sumo alborozo de disfrutar colmadamente un solo, grandioso y sobrehumano enamoramiento.

Pero ¡ay! cuando allá nos arrojamos, y que el aculláse vuelve aquí, el paradero viene a ser lo anterior, quedamos en nuestro desamparo y estrechez, y nuestro espiritu sediento se desala tras el alivio.

El más azogado vagabundo suspira al fin por su patria, y halla en una chocilla, en el regazo de su esposa, en el cerco de sus niños y en los quehaceres caseros, aquel júbilo que anduvo buscando en balde por el anchuroso mundo.

Al madrugar, con el sol tras mi Wahlheim, entro en el huerto, cojo por mi mano los guisantes, me siento, los desgrano, y entre medias voy leyendo a mi Homero; cuando luego voy a la cocinita, escojo