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dispuestos para todo alborozo, anublando con chocarrerías sus escasos logros, y es ya muy tarde cuando lleguen a hacerse cargo de la monstruosidad de sus demasías. Me acaloré, y no pude menos, cuando a la vuelta, por la tarde, tomamos en la entrada un platito de leche en la misma mesa, de asir el hilo y explayarme muy de veras contra el mal humor. «Nos estamos lamentando— empecé—de que escasean los días apacibles y sobran los infaustos, a mi parecer, sin fundamento. Si anduviésemos siempre con el temple de espiritu adecuado para disfrutar las finezas que el Señor nos depara, tendríamos al par el brio suficiente para sobrellevar los quebrantos que nos sobrevienen. Pero no está el temple en nuestra mano—contestó la huéspeda—; estamos muy pegados a la carne, y cuando ésta se halla lastimada, todo se destempla. —Debemos, pues—continué , considerarlo como una enfermedad, y preguntar si hay o no algún remedio. —Dicho se estáexclamó Carlota—; a lo menos yo opino que depende en gran parte de nosotros. Hablo por mi; cuando algo me punza y lleva camino de desazonarme, allá me arrojo, tarareo un par de contradanzas arriba y abajo, y corriente.—Cabalmente es eso lo que yo iba a decir le repliqué—. Sucede enteramente con el mal humor lo que con la pereza, y la hay de varias especies. Nuestra naturaleza propende a ella; pero si tenemos pujanza para envalentonarnos, la tarea cunde en las manos, y palpamos en el obrar una verdadera complacencia. La novia estaba atentisima, y su intimo me replicó: que el hombre