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cia, aquello cordura, lo uno bueno, lo otro malo. ¿Y qué significa todo esto? Para el intento, ¿han desentrañado ustedes intimamente los pormenores de un negocio? ¿Saben ustedes deslindar, por puntos, los motivos de proceder o no a la ejecución? A ser así, no se atropellarían en sus dictámenes.

—Estaréis conmigo—dijo Alberto—de que ciertos procedimientos son de suyo viciosos, sea su móvil el que fuere.» Le asi de la manga, diciéndole: «También caben aqui sus excepciones. Ciertísimo es que el robo es vicioso; pero quien, para salvarse a si o a los suyos de una muerte ejecutiva de hambre, sale a robar, ¿merece lástima, o castigo? ¿Quién será el que coja el primer chinarro para apedrear al casado que con legitima saña sacrifica su infiel consorte y al malvado seductor? ¿Quién contra la muchacha que, en un momento de embeleso, se engolfa en los halagos incontrastables del cariño? Hasta nuestras leyes, con toda su pedantesca sangre fría, se lastiman y retiran su castigo.

—Este es otro punto—respondió Alberto —, porque un hombre, arrebatado por sus arranques, viene a ser un beodo o un frenético.

— Vaya con los cuerdos—exclamé riendo—. ¡Conque impulsos, beodez, frenesí! Ahi yacen ustedes tan sosegados, tan indiferentes, señores juiciosos, zahiriendo al bebedor, abominando del insensato, o pasan de largo, como el sacerdote, y agradecen a Dios, como el fariseo, el no haberle criado a semejanza de aquéllos. Heme yo, tal cual vez, achispado,