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y yazcan en la podredumbre los frutos más sazonados?

Pásalo bien; tenemos un estio precioso, y me suelo sentar entre los frutales del vergel de Carlota; con el cogedor en la mano, alargo mi percha y alcanzo las peras de la cima. Está debajo, y las va cogiendo al paso que se las brindo.

30 de agosto.

¡Desventurado!¿Estás en ti? ¿No te engañas a ti mismo?¿A qué conducen estos vaivenes y estos arranques interminables? No aspiro más que a ella; en mi fantasia no cabe más que su aspecto y el de todo lo suyo; y de cuanto me ofrece el mundo en derredor, nada veo sino sus entronques con ella misma; y allí se cifran para mi las dichosísimas horas... hasta que vuelva a desencajarme de mi centro. ¡Ah Guillermo! ¿Adónde suele arrebatarme mi corazón?... Sentado junto a ella las dos y las tres horas, me estoy empapando en su estampa, en su ademan, en la sobrehumana expresión de sus palabras, y se van más y más explayando mis potencias?

A lo mejor, como que me anochece, apenas oigo; dirán que un malhechor me estrecha la garganta; mi pecho, latiendo a violentos redobles, se afana y se acongoja tras la respiración, y todo para en extremado desconcierto... Guillermo, ni sé a veces si estoy en el mundo, y... si acaso el trastorno prepondera, y Carlota me franquea el lastimoso consuelo de ir desfogando en lloros sobre su mano el hervidero de mi interior... allå me disparo, allá me arrojo,