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vuelo desatinadamente por la campiña, voy trepando por los riscos, tengo a gloria el arrollar la maleza impenetrable, rompiéndome un sendero, por vallados que me lastiman, por zarzales que me arañan. Entonces logro algún desahogo... alguno... y cuando, postrado a la sed y al cansancio, muchas veces a deshora, la luna llena se remonta sobre mi, me embosco a solas, me siento en un tronco caido, para dar algún alivio a mis plantas mal heridas, y, con el desmayado reposo, entre vislumbres me adormezco... ¡Oh Guillermo! La solitaria vivienda de una celdilla, el cilicio y el ceñidor punzante fueran alivios que anhelo con toda mi alma. Adiós; no veo a tanta desdicha otro paradero que el de la tumba.

3 de septiembre.

Voy a partir. Te agradezco, Guillermo en el alma, el haberme fortalecido en mi resolución. Llevo quince días pensando en que voy a abandonarla... Voy a partir. Allá está de nuevo con otra amiga en el pueblo; y Alberto... y... Voy a partir.

10 de septiembre.

Era de noche, Guillermo; ya todo lo contrarresto. No la he de ver más. ¡Cómo te me arrojara al cuello, para con millares de lágrimas y arrebatos, demostrarte el desenfreno de mis agi: aciones entrañables! Sentado y boquiabierto en pos del ambiente, procuro sosegarme, estoy esperando la madrugada, y al rayar el sol están listos los caballos.

¡Ah!, mi dueño duerme sosegadamente, y ni sue-