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res—, Carlota, la bendición del Señor recayó en vos con el espiritu de la madre... —Si usted la hubiese conocido—me dijo, con un estrechón de mano..era muy digna de que usted la conociese... Crei morirme; nunca se habían pronunciado expresiones más sublimes y halagüeñas para mí. Carlota continuó: Y esta señora falleció en la flor de sus años, puesto que su hijo menor era de seis meses. Su dolencia no fué larga; estaba sosegada y conforme; sólo le apesadumbraban los niños, con especialidad el pequeñuelo. A los asomos del trance me dijo: tráemelos, y llegados que fueron, los menorcillos, que nada alcanzaban, y los mayores, que estaban fuera de si, cercaron el lecho. Alzó las manos, oró por ellos, los fué besando y los despidió, y me dijo: has de ser su madre; le di en prenda la mano. Mucho prometes—prorrumpió—, hija del alma. ¡El corazón y los ojos de una madre! He estado viendo en tus lágrimas afectuosas que percibes lo que eso encierra en si. Trata con cariño a los hermanitos, y como verdadera mujer a tu padre; sé su consuelo. Preguntó por él. Estaba fuera, ansioso de ocultarnos la intolerable pesadumbre que le traspasaba; estaba fuera de si.

Alberto, tú te hallabas en el cuarto. Despidió a los demás, preguntó por ti, te llamó a sí, y al vernos, con una mirada serena y satisfecha, como que íbamos a ser felices, felicísimos con nuestro enlace... Alberto la abrazó y besó, exclamándo: «lo somos y lo hemos de ser.» El sosegado Alberto se enajenó, y yo vine a quedar fuera de mi.