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nidad de verla. Es forastera y vive con una tia, cuya cara no me plugo. Le rendi mil atenciones, encaréme siempre con ella, y en una media hora, quedé enterado de lo mismo de que luego me informó la señorita, a saber: que la amada tía, en su desahuciada vejez, no tenía más arrimo, más potencias, ni más pensamiento que la jerarquía de sus antepasados, con los cuales se atrincheraba, sin más recreo que el mirar desde su encumbramiento a los rastreros plebeyos. Había sido hermosa en su mocedad; y, endiosada con su presunción, habia tenido a deporte el martirizar a algunos jovenzuelos; luego, en su madurez, había tenido que avenirse al mando de un oficial de graduación, y a tanta costa, con un mantenimiento regular, habia cargado con el Matusalén, ya difunto. Ahora se ve yertamente aislada, sin reparar en que lo estaria mucho más sin el arrimo de su preciosa sobrina.

8 de enero de 1772.

¿Qué vienen a ser los hombres cuya alma, clavada en la etiqueta, se desvela y afana años y años tras un asiento en la mesa hacia la cabecera? Y no porque dejen de llamarles otros intereses; antes redoblan su ahinco para descargarse de los enfadillos que le acarrean asuntos de la mayor entidad. La semana pasada se corrieron patines y quedó aguado el recreo.

Es un mentecato el que no ve que el lugar nada influye, y que quien ocupa el primero, por maravilla es el galán de la comedia. ¡Cuántos reyes se go-