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en mi lecho; entre dia, cuento recrearme con la claridad de la luna, y permanezco en mi cuarto. Ni sé a derechas por qué me levanto y por qué me acuesto.

El alimento que vivifica mi esencia se apuró; el móvil que a deshora de la noche me tenia alborozado, volo; y el que por la madrugada me desvelaba, no asoma.

Una sola criatura de tu sexo he hallado aquí, una señorita de B..., como tú, querida Carlota, si cabe semejanza contigo. Si me tachases de cumplimentero, no andarías muy desacertada. De algún tiempo acá he parado en chusco, y no puedo ser de otro temple; soy agudo, y las damas andan diciendo que nadie sabe requebrar como yo—ni mentir, dirás tú, que es requisito cierto, como se deja entender—.

Hablo de la señorita B... Es despejada, y sus ojazos azules se enteran de todo. Su jerarquía le pesa, porque con nadie congenia. Se desentiende del bullicio, y allá ideamos largas horas con primores campesinos de acendrada dicha, y contigo. ¡Cuántas preciosas ausencias la deberás! Ya se las estás debiendo, puesto que se muestra gozosisima al oirme hablar... ya te quiere.

¡Si yo me postrase a esos pies en ese cuartito de placentera confianza, y que nuestros pequeñuelos del alma traveseasen en torno, y si alborotasen demasiado, los atraeria con un cuentecillo medroso para acallarlos!...

El sol se pone magnificamente, bañando la campiña nevada; tramontó la tempestad, y yo... tengo que enjaularme de nuevo... Adiós. ¿Se halla ahi