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detenido. Y, sonriéndome, le hice mi acatamiento.

El Conde me estrechó la mano con un ahinco que lo decia todo. Fuime escurriendo pausadamente de la lustrosa concurrencia. Tomé un calesin, y me marché hacia M..., para contemplar, desde la cumbre, la puesta del sol, y leer alli, en mi Homero, el canto magnifico sobre el hospedaje del excelente mayoral, a Ulises. Con esto quedé entonado.

Acudi por la noche a cenar, y había algunos huéspedes en el comedor, quienes, para jugar al chaquete, habían recogido el mantel a una esquina de la mesa. Llegó el caballero Adelin, arrimó el sombrero, y al verme, vino flechado, y me dijo quedito:

— ¡Qué sonrojo has tenido!—¿Yo?—le dije—. El Conde te ha dado dimisorias de la tertulia. Así la llevara el diablo—insisti—. Tenía afán por respirar el ambiente libre.—Siempre es un consuelo—dijo—el tomarlo con frescura; lo que siento es que la especie anda ya volando por dondequiera... Entonces fué cuando empezó a remorderme el gusanillo.

Cuantos se iban sentando a la mesa, y me miraban, . estaba yo cavilando... éstos te clavan la vista por el asunto. La sangre se me volvia ponzoña.

No falta ahora quien, al verme entrar, se conduele, por cuanto oigo que mis émulos están en sus glorias cacareando: ahi está el hombre que se ladeaba con los más empinados, el que se finchaba tanto con sus alcances, y creia sobreponerse a todos los miramientos. Toda la consiguiente vocingleria. ¡Es para clavarse un cuchillo en el pecho! Hable quien quiera de tesón; vamos a ver cómo aguanta que la pi-