á descansar de tus fatigas, para que mañana estés bien dispuesto.»
Y yo, ¡oh señora mía! me avine á dormir, después de darle mil gracias. Y olvidé realmente todos mis pesares.
Al despertar, la encontré sentada á mi lado, frotando con un delicioso masaje mis miembros y mis pies. Y entonces invoqué sobre ella todas las bendiciones de Alah, y estuvimos hablando durante una hora cosas muy agradables. Y ella me dijo: «¡Por Alah! Antes de que vinieses vivía sola en este subterráneo, y estaba muy triste, sin nadie con quien hablar, y esto durante veinte años. Por eso bendigo á Alah, que te ha guiado junto á mí.»
Después, con voz llena de dulzura, cantó esta estancia:
¡Si de tu venida
Nos hubiesen avisado anticipadamente,
Habríamos tendido como alfombra para tus pies
La sangre pura de nuestros corazones y el negro terciopelo de nuestros ojos!
¡Habríamos tendido la frescura de nuestras mejillas
Y la carne juvenil de nuestros muslos sedosos
Para tu lecho, ¡oh viajero de la noche!
¡Porque tu sitio está encima de nuestros párpados!
Al oir estos versos le di las gracias con la mano sobre el corazón, y sentí que su amor se apoderaba