cabeza y le tapaba ligeramente el rostro, estaba echado á un lado, y exhalaba delicados aromas y perfumes. Y la negrura de sus pupilas, bajo el velo, asesinaba las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó á Badreddin, que después de corres- ponder à su salutación de paz, se quedó de pie ante ella, y empezó á hablar, mostrándole telas de varias clases. Y yo, al oir la voz de la dama, tan Ilena de encanto y tan dulce, senti que el amor apuñalaba mi higado.
Pero la dama, después de examinar algunas te- las, que no le parecieron bastante lujosas, dijo á Badreddin: «¿No tendrías por casualidad una pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro?>> Y Badreddin fué al fondo de la tienda, abrió un ar- mario pequeño, y de un montón de varias piezas de tela sacó una de seda blanca tejida con hilos de oro puro, y luego la desdobló delante de la joven. Y ella la encontró muy á su gusto y á su convenien- cia, y le dijo al mercader: «Como no llevo dinero encima, creo que me la podré llevar, como otras veces, y en cuanto llegue á casa te enviaré el im- porte. Pero el mercader le dijo: «¡Oh mi señora! No es posible por esta vez, porque esa tela no es mia, sino del comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido á pagarle hoy mismo.» Enton- ces sus ojos lanzaron miradas de indignación, y dijo: «Pero desgraciado, ¿no sabes que tengo la cos- tumbre de comprarte las telas más caras y pagarte más de lo que me pides? ¿No sabes que nunca he