eunucos. Y éste le dijo: «¡Oh mi señora! Por favor, no te dejes ver de los transeuntes. Vas á atraer con- tra nosotros alguna calamidad. Vámonos de aquí.» Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no hizo caso de sus palabras, y estuvo examinando todas las tiendas del zoco, una tras otra, sin que viera nin- guna más lujosa ni mejor presentada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por el eunuco, se sentó en mi tienda y me deseó la paz. Y en mi vida había oído voz más suave ni palabras más deliciosas. Y la miré, y sólo con verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar mis miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas:
¡Di á la hermosa del velo suave, tan suave como el
ala de un palomo!
¡Dile que al pensar en lo que padezco, creo que la
muerte me aliviaria!
¡Dile que sea buena un poco nada más! ¡Por ella,
para acercarme á sus alas, he renunciado á mi tranqui-
lidad!
Cuando oyó mis versos, me correspondió con los
siguientes:
¡He gastado mi corazón amándote! ¡Y este corazón rechaza otros amores! ¡Y si mis ojos viesen alguna vez otra beldad, ya no podrían alegrarse!