pudiese ser vista por la gente de la casa ó no la pudiese utilizar el barbero. Sin embargo, en una de las habitaciones encontré un cofre enorme que estaba vacio, y me apresuré á esconderme en él, dejando caer la tapa. Y allí me quedé bien quieto, conteniendo la respiración.
Pero el barbero, después de rebuscar por toda la casa, entró en aquel cuarto, y debió mirar á derecha é izquierda y ver el cofre. Entonces, el maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo cogió, se lo cargó á hombros y bus- có á escape la salida, mientras que yo me moría de miedo. Pero dispuso la fatalidad que el popula- cho se empeñase en ver lo que había en el cofre, y de pronto levantaron la tapa. Y yo, no pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamen- te y me tiré al suelo, pero con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en escapar y esconderme, y como me vi entre una muchedumbre tan extra- ordinaria, me puse á echar puñados de monedas, y mientras se detuvieron á recoger el oro, me escurri y escapé lo más aprisa que pude. Y así recorri las calles más oscuras y más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuando de pronto vi al barbero detrás de mí. Y decía á gritos: «¡Oh buenas gentes! ¡Gracias á Alah que he encontrado á mi amo!»> Des- pués, sin dejar de correr detrás de mí, me dijo: «¡Oh mi señor! Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar con impaciencia y sin atender à mis conse-