Entonces, el rey, que aguardaba impaciente el final del relato, dijo á Schahrazada: «Puedes con- tinuar.»
Y Schahrazada dijo:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que la abuela de Agib se encolerizó mucho, miró al escla- vo de una manera terrible, y le dijo: «Pero ¡desdi- chado! ¡Así has pervertido á este niño! ¿Cómo te atreviste á hacerle entrar en tiendas de cocineros ó pasteleros?» Á estas palabras de la abuela de Agib, el eunuco, muy asustado, se apresuró á negar, y dijo: «No hemos entrado en ninguna pasteleria; no hicimos mas que pasar por delante.» Pero Agib insistió tenazmente: «¡Por Alah! Hemos entrado y hemos comido muy bien.» Y maliciosamente aña- dió: «Y te repito, abuela, que aquel dulce estaba. mucho mejor que este que nos ofreces.»
Entonces la abuela se marchó indignada en busca del visir para enterarle de aquel << terrible delito del eunuco de alquitrán». Y de tal modo ex- citó al visir contra el esclavo, que Chamseddin, hombre de mal genio, que solía desahogarse á gri- tos contra la servidumbre, se apresuró á marchar con su cuñada en busca de Agib y el eunuco. Y ex- clamó: «¡Said! ¿Es cierto que entraste con Agib en una pastelería?» Y el eunuco, aterrado, dijo: «No es cierto, no hemos entrado.» Pero Agib, maliciosa- mente, repuso: «¡Sí que hemos entrado! ¡Y además, cuanto hemos comido! ¡Ay, abuela! Tan rico esta- ba, que nos hartamos hasta la nariz. Y luego hemos