tomado un sorbete delicioso, con nieve, de lo más exquisito. Y el complaciente pastelero no economi- zó en nada el azúcar, como la abuela.» Entonces aumentó la ira del visir, y volvió á preguntar al eunuco, pero éste seguia negando. En seguida el visir le dijo: ¡Said! Eres un embustero. Has tenido la audacia de desmentir á este niño, que dice la verdad, y sólo podría creerte si te comieras toda esta terrina preparada por mi cuñada. Así me de- mostrarías que te hallas en ayunas.» Entonces, Said, aunque ahito por la comilona en casa de Badreddin, quiso someterse á la prueba. Y se sentó frente á la terrina, dispuesto a empezar; pero hubo de dejarlo al primer bocado, pues esta- ba hasta la garganta. Y tuvo que arrojar el bocado que tomó, apresurándose á decir que la vispera había comido tanto en el pabellón con los demás esclavos, que había cogido una indigestión. Pero el visir comprendió en seguida que el eunuco había entrado realmente aquel día en la tienda del paste- lero. Y ordenó que los otros esclavos lo tendiesen en tierra, y él mismo, con toda su fuerza, le propi- nó una gran paliza. Y el eunuco, lleno de golpes, pedía piedad, pero seguía gritando: «¡Oh mi señor, es cierto que cogi una indigestión!» Y como el vi- sir ya se cansaba de pegarle, se detuvo y le dijo: <¡Vamos! ¡Confiesa la verdad!» Entonces el eunuco se decidió y dijo: «Sí, mi señor, es verdad. Hemos entrado en una pastelería en el zoco. Y lo que se nos dió allí de comer era tan rico, que en mi vida
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