rán, y vió á todos los dignatarios y emires congregados allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levantaron. Y el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: «¿Por qué, cuando yo quiero y ordeno una cosa, te opones á mis voluntades?» Y Khaizarán exclamó: «¡Alah me preserve joh Emir de los Creyentes! de oponerme á ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques por qué motivos exiges la muerte de mi hijo Al-Rachid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y vida de tu padre.» Y Al-Hadi contestó: «Puesto que quieres saberlo, sabe que desco desembarazarme de Al-Rachid á causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto. Porque en ese sueño he visto á Al-Rachid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto á él estaba mi esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi favorita, no quiero ver por más tiempo á mi lado, viviendo sin cesar junto á mí como una calamidad, á tan peligroso rival, aunque sea hermano mio.» Y Khaizarán le contestó: «¡Oh Emir de los Creyentes! esas son ilusiones y falsedades del sueño, malas visiones ocasionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mio! casi nunca resulta veridico un sueño.» Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dió tanta maña, que consiguió calmar á Al-Hadi y desvanecer sus temores.
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