Llevabas el compás con tus manos, meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco. >>
Y al oir estas palabras, exclamé: «¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy más loco que nunca por ese canto rico y her- moso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oirlo, incluso falseado, incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablán- dome de ello, acabas de atizar cruelmente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desespe- ración!» Y añadi: «¡Por favor, dejad, dejad que me vaya! ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al Hedjaz!>>
Y al oir estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó á reir con risa ruidosa, y me dijo: «Y si yo misma te cantara la cantilena hed- jaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah! ¿persistirías en partir para el Hedjaz?» Y contesté: «¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de bien! no tortures más á quien acecha la locura!»
Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oi de boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado mas que á media voz! Y en el limite del transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé precipitadamente de mi asno y me eché á los