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Página:Las mil noches y una noche v23.djvu/16

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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta, sonriendo, sin pedir más explicaciones á los diez esclavos que esperaban á la puerta, y me dijo: «¿Qué suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Apenas si eso representa una pérdida de novecientos mil dinares de oro. En verdad que no merece que se hable de ello, y sobre todo que te preocupes tú por semejante cosa, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce á que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana.» Y se levantó, riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágrimas de la separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranquilizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al ver desaparecer á aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio, y vi á mi bienamado charlando con los diez jóvenes mamaliks, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y montó á caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de la caravana.»

Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosamente, como una persona que ha llorado una ausencia, y añadió con voz repentinamente irritada: «Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si hubiese tenido yo la indiscreción de hablar á mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera, impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en