adelante con ojos despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal agüero!» Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: «¡Ah, hijo de perro! ¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no sé lo que me detiene aún para dejarte más ancho que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera á volver å sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que te espera!» Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diván. ¡Y esto es lo referente á ellos!
Pero he aquí ahora lo que atañe á Maruf.
Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas horas por las llanuras desiertas, empezó á sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado á montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más á propósito para tornarse un día en jinete tan espléndido como á la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la cosa; y empezaba á arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad á la princesa. Y se decía: «He aquí que ahora te ves reducido á errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa esposa, cuyas cari-