contesté: «¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta enton- ces ya se habrá olvidado del asunto ó cambiado de opinión el Emir de los Creyentes.» Pero me con- testó él: «No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta ma- ñana la ejecución de la orden que se me ha dado.» Y pregunté: «¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Har- thamah! para qué me llama?» Él contestó: «Ha venido su servidor Massrur á buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ningu- na explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa.»
Entonces, en el limite de la perplejidad, dije al eunuco: «¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Opti- mo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mi, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario. >>
Y cuando el eunuco accedió á mi deseo, subí á lavarme y á ponerme ropa adecuada y á perfu- marme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez á reunirme con el eunuco, y salimos á buen paso.