¡oh jeique!» Y el felah le devolvió el saludo, diciendo: «¡Y contigo la zalema, la misericordia de Alah y sus bendiciones! Sin duda, ¡oh mi señor! eres un mameluco entre los mamelucos del sultán.» Y Maruf contestó: «Sí.» Y el felah le dijo: «Bien venido seas, ¡oh rostro de leche! Y hazme el favor de parar en mi casa y aceptar mi hospitalidad.» Y Maruf, que en seguida vió que tenía que habérselas con un hombre generoso, lanzó una ojeada á la pobre vivienda, que estaba cerca, y observó que no contenía nada que pudiera alimentar ni aplacar la sed. Y dijo al felah: «¡Oh hermano mío! no veo en tu casa nada que puedas ofrecer á un huésped tan hambriento como yo. ¿Cómo vas á arreglarte, pues, si acepto tu invitación?» Y el felah contestó: «El bien de Alah no falta; todo se andará. Apéate del caballo, ¡oh mi señor! y déjame cuidarte y albergarte, por Alah. El pueblo está muy cerca, y correré allá con toda la velocidad de mis piernas, y te traeré lo necesario para reconfortarte y tenerte contento. Y tampoco dejaré de traer forraje y grano para el pienso de tu caballo.» Y Maruf, lleno de escrúpulos y sin querer molestar ni distraer de su trabajo á aquel pobre hombre, le contestó: «Pues ya que el pueblo está tan cerca, ¡oh hermano mío! más de prisa iré yo á caballo, y compraré en el zoco todo lo necesario para mí y para mi caballo.» Pero el felah, cuya generosidad nativa no podía decidirse á dejar partir así, sin darle hospitalidad, á un extraño del camino de Alah, repuso: «¿De qué
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Apariencia