Y entonces fué cuando, á su regreso de la pere- grinación, mientras acampaba en el convento Al- Umr, cerca de Anbar, junto al Eufrates, dió la te- rrible orden consabida respecto á Giafar y á los Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.
En cuanto á la infortunada Abbassah y su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta debajo del mismo aposento habitado por la prin- cesa.
¡Alah los tenga á todos en su compasión!
Por último, me queda por decirte joh rey afor-
tunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan
que Giafar y los Barmakidas nada habían hecho
por merecer semejante desgracia, y que tuvieron
aquel fin lamentable sencillamente porque estaba
escrito en su destino y había transcurrido el tiem-
po de su poderio.
¡Pero Alah es más sabio!
Y para terminar, he aqui un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Da- masco. Dice:
<Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme á un mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras se cuidaba de mi el mancebo, no sé por qué, me puse ȧ cantar para mí mismo, á media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del hijo de mi bien hechor El-Fadl ben Yahia El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el