Leila, desgarró sus vestidos desde el cuello hasta la cintura; y prendido en los tirabuzones de cabe- llos de la encantadora Almendra, lanzó gritos y suspiros; y abandonando su rebaño, echó á andar, crrabundo, ebrio sin vino, agitado, silencioso, ani- quilado en el torbellino del amor. Porque si bien el broquel de la cordura resguarda de todas las heri- das, no tiene eficacia contra el arco del amor. Y la medicina de opiniones y consejos no obraría en lo sucesivo sobre el espíritu del afligido por puro sen- timiento. Y esto es lo referente al príncipe Jazmín.
Pero he aquí ahora lo relativo à la princesa Almendra.
Una noche, mientras dormia en la terraza del palacio de su padre, vió que se aparecia ante ella, en un sueño enviado por los genn del amor, un jo- ven más hermoso que el amante de Suleika, y que era, rasgo por rasgo, la imagen encantadora del principe Jazmín. Y á medida que se manifestaba á los ojos de su alma de virgen aquella visión de be- lleza, el hasta entonces despreocupado corazón de la joven se escurría de su mano y se tornaba en prisionero de los bucles ensortijados del joven. Y se despertó con el corazón agitado por la rosa de su sueño, y lanzando en la noche gritos como el ruiseñor, lavó su rostro con sus lágrimas. Y acu- dieron sus servidoras, muy emocionadas, y excla- maron al verla: «¡Ya Alah! ¿qué desdicha hace de- rramar lágrimas á nuestra señora Almendra? ¿Qué ha pasado por su corazón durante su sueño? ¡Ay!