dos, prefirió guardar para si sola sus dudas y sus extrañezas, esperando á ver qué ocurría. Y se limi- tó á mostrar ante su padre un rostro transfigurado por el contento. Y el rey abandonó las habitacio- nes de la joven y se puso à la cabeza del cortejo que salió al encuentro de Maruf.
Pero el que de todos se asombró más y quedó más absorto fué incontestablemente el excelente mercader Ali, el camarada de infancia de Maruf, que mejor que nadie sabía á qué atenerse respecto á las riquezas de Maruf. Así es que, cuando vió el empavesado de la ciudad, y los preparativos de fiesta, y el cortejo real que salía de la ciudad, in- terrogó á los transeuntes, preguntándoles el mo- tivo de todo aquel movimiento. Y le contestaron: «¡Cómo! ¿no lo sabes? ¡Pues que viene el yerno del rey, el emir Maruf, à la cabeza de una caravana espléndida!> Y el amigo de Maruf se golpeó las manos una contra otra y se dijo: «¿Qué nueva tra- pacería del zapatero será esta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer á mi amigo Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es el Todopoderoso!...
En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.