«¡Vamos á empalarle sin tardanza y á quemarle!>> Y dijo Maruf: «No hay inconveniente.» Luego se encaró con su esposa y le dijo: «Pero joh querida mía! devuélveme mi anillo antes.» Y la princesa contestó: «¡Ah! ¡eso sí que no! Ya que no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo.» Y dijo él: «¡Está bien! Es justo.»
Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente á la puerta de palacio, y ante la multitud con- gregada se instaló allí al visir. Y mientras funcio- naba el instrumento, se encendió una gran hoguera al pie del poste. Y de aquella manera murió el trai- dor ensartado y asado. Y esto es lo referente á él.
Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo sucesivo continuó el anillo en el dedo de la prince- sa, quien, más prudente y más avisada que su es- poso, tenía con él muchísimo cuidado. Y en su com- pañía, Maruf llegó al limite de la dilatación y del desahogo.
Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver á su apo- sento para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó á él, con la mano alzada y amenazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra reconoció á su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había aca- bado de hacer tan espantosa observación, cuando