Entonces se volvió hacia sus esclavas, les guiñó un ojo, y se alejaron en seguida, dejándonos com- pletamente solos en la sala. Y ella vino à sentarse muy cerca de mi, me alargó su pecho, y me echó los brazos al cuello muy efusivamente. Yo me pre- cipité entonces sobre su boca y le chupé el labio superior, y ella me chupó el inferior. La cogi des- pués por la cintura, y ambos rodamos juntos por la alfombra. Me deslicé entonces entre la delicada abertura de sus piernas, y le desabroché toda la ropa. Y empezamos á retozar, cambiando besos y caricias, pellizcos y mordiscos, alzamientos de mus- los y piernas, y brincos locos por toda la sala. De tal modo, que acabó por caer extenuada en mis brazos, muerta de deseo. Y aquella noche fué una noche muy dulce para mi corazón y una gran fiesta para mis sentidos, según dice el poeta:
¡Alegre fué para mi la noche, la más deliciosa entre
todas las noches de mi destino! ¡La copa no dejó un ins-
tante de verse llenal
Aquella noche dije al sueño: «¡Vete, joh sueño! que mis párpados no te desean!» Y dije á las piernas y á los muslos de plata: «¡Acercaos!»
Al llegar la mañana, cuando quise despedirme
de mi amor, me detuvo y me dijo: «Aguarda un mo-
mento. Tengo que revelarte una cosa.»