estrofa?» Y yo, muy confuso, hube de contestarle: «La he olvidado por causa de esta gacela que ves aqui bordada.» Y desdoblé la tela. Entonces Aziza no pudo contenerse más, y rompió en sollozos, re- citando entre lágrimas estos versos: el can-
¡Ah, mi pobre corazón! ¡Te han enseñado que
sancio acompaña á la pasión y que la ruptura es el tér-
mino de toda amistad!
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Y añadió: «¡Oh mi adorado Aziz! El mayor fa-
vor que te pido es que no olvides recitarle esta es-
trofa. Y yo dije: «Repitemela, porque casi la he
olvidado. >> Y la repitió, y yo la recordé muy bien
entonces. Y llegada la noche, me dijo: «¡He aquí
la hora! ¡Guiete Alah con su ayuda!»
Al llegar al jardín entré en la sala, y encontré á mi amante que me estaba esperando. Y en seguida me cogió, me besó, me hizo tenderme en su regazo, y después de haber comido y bebido muy bien, nos poseimos plenamente. Y es inútil detallar nuestros transportes, que duraron hasta la mañana. Enton- ces no olvidé recitarle la estrofa de Aziza:
¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, por Alah!
si el amor habitara siempre en el corazón de su victi-
ma, ¿donde estaría su redención?...
No podría expresarte, ¡oh mi señor! la emoción
que estos versos causaron á mi amiga; tan grande