riño, maquinabas mi perdición? ¿En qué emboscada pensabas hacerme caer?>
Ella contestó: «¡Oh niño ingenuo! Veo que no conoces las perfidias de que somos capaces las mu- jeres. Pero no he de insistir. Sabe únicamente que debes á tu prima el haberte librado de mis manos. Desisto de mis planes contra ti, pero con la condi- ción de que no hablarás ni mirarás á otra mujer, sea joven ó vieja. De lo contrario, ¡desgraciado de ti! Porque ya no habrá quien pueda librarte de mis manos, pues la que te podía ayudar con sus conse- jos ha muerto. ¡Guárdate, pues, de olvidar esa con- dición! Y ahora tengo que pedirte una cosa... En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 121.a NOCHE
Ella dijo:
...Y ahora tengo que pedirte una cosa: que me lleves à la tumba de la pobre Aziza para escribir en la losa que la cubre algunas palabras.» Yo con- testé: «¡Mañana será, si Alah quiere!» Después me acosté para pasar la noche con ella, pero á cada hora me dirigia preguntas acerca de Aziza, y ex-