llegada. Y aún no había acabado el día, cuando vieron venir á los chambelanes y emires del rey, que después de las zalemas y saludos de bienveni- da, los acompañaron hasta el palacio.
Y el visir y Aziz entraron en palacio, y se pre- sentaron al rey, haciéndole entrega de los regalos de su señor Soleimán, y el rey los apreció mucho, diciéndoles: «¡Los agradezco con todo el corazón j de amigo, y sobre mi cabeza y mis ojos!» Y en se- guida, según costumbre, se retiraron Aziz y el vi- sir, y pasaron cinco días en palacio descansando de las fatigas del viaje.
A la mañana del quinto día, el visir se vistió su traje de honor y se presentó ante el trono del rey, y le sometió la petición de su señor el rey Solei- mán, aguardando respetuosamente la respuesta.
Al oir las palabras del visir, el rey quedó muy pensativo, bajó la cabeza muy inquieto y medita- bundo, y permaneció largo rato sin saber qué con- testar al enviado del poderoso rey de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Pues sabía por experiencia que su hija odiaba el matrimonio y que la petición iba á ser rechaza- da, como ya lo habían sido otras que le habían di- rigido los principales principes de los reinos veci- nos y de todas las tierras de los alrededores.
Por fin el rey acabó por levantar la cabeza, hizo una seña al jefe de los eunucos para que se acercase, y le dijo: «Ve à buscar á tu señora la princesa Donia, preséntale los respetos del visir y