el jeque dijo que no quería abusar de tanta bondad, tanto más cuanto que Diadema y Aziz le tenían sujeto cada uno por una mano, y le arrastraban hacia la sala que habían reservado para ellos. En- tonces el visir no insistió más, y se volvió á su cuarto para secarse.
Diadema y Aziz, en cuanto estuvieron solos, desnudaron al venerable jeque, y ellos se desnu- daron también, y empezaron por darle un enérgico masaje, mientras que el viejo les dirigia furtivas miradas. Después juró Diadema que á él le corres- pondería el honor de enjabonarle, y Aziz dijo que á él le correspondía echarle agua con la jarrita de cobre. Y el anciano jeque, entre ambos, se creia transportado al Paraiso.
Y no cesaron de friccionarlo, enjabonarlo y echarle agua hasta que el visir volvió junto á ellos, con gran desolación del jeque. Entonces le secaron con las grandes toallas calientes y perfumadas, le vistieron y le sentaron en la tarima, donde le ofre- cieron sorbetes de almizcle y agua de rosas.
Y el jeque fingía seguir con gran interés la con- versación del visir, pero en realidad toda su aten- ción y todas sus miradas no eran mas que para los dos jóvenes, que iban y venían muy solicitos por servirle. Cuando el visir le dirigió el saludo de cos- tumbre después del baño, el jeque contestó: «¡Qué bendición ha entrado con vosotros en nuestra ciu- dad! ¡Qué dicha tan grande nos ha producido vues- tra llegada!» Y recitó esta estrofa: