que lo ahorcasen á la puerta de su tienda!» Y la vieja, ingenuamente, preguntó: «¿Qué contiene de espantoso esa carta? ¿Es que reclama algún precio exorbitante por su tela?» Y la princesa dijo: <<No trata para nada de eso, sino únicamente de amor. >> Y la vieja hizo como que se asombraba, exclaman- do: «¡Deberias contestar á su insolencia, amena- zándole para que no persista!» La princesa dijo: «¡Tengo miedo de que eso contribuya á alentarlo! >> Y la vieja repuso: «¡Lo que hará es que recobre la razón! Entonces ordenó la princesa: «Dame mi escribanía y mi pluma.» Y escribió estos versos:
«¡Ciego de tus ilusiones, solicitas llegar al astro,
como si algún mortal hubiera podido alcanzar el astro
de la noche!
>¡Para abrirte los ojos, juro por la verdad de Aquel que te formó de un gusano de la tierra, y que creó desde el infinito la virginidad de los astros inmaculados, >>
» Que si te atreves á repetir tu desvergüenza, te cru- cificarán en un tablón cortado del tronco de algún árbol maldito! ¡Y servirás de ejemplo á los insolentes!»
Después de haber cerrado la carta, se la entregó
á la vieja. Y la vieja corrió á llevársela al principe,
que ardia de impaciencia. El príncipe se apresuró
á abrir la carta, y en cuanto la hubo leído, se sintió
morir de pesar, y dijo amargamente à la vieja: <Me
amenaza con la muerte, pero nada me importa la
vida cuando es tan penosa. ¡Y aun arriesgándome