á morir, quiero escribirle! » Y la vieja exclamó: «¡Por tu vida, que es para mi tan preciada! ¡Sabe que quiero ayudarte con todo mi poder y compar- tir contigo los peligros! ¡Escribe, pues, tu carta, y dámela!» Entonces Diadema gritó á Aziz: <<¡Da á nuestra buena madre mil dinares! ¡Y confiemos en Alah Todopoderoso!» Y escribió en un papel las si- guientes estrofas:
«¡He aqui que por anhelar la noche me amenaza
Ella con el luto y la muerte, ignorando que la muerte
es el
reposo y que las cosas no suceden mas que al seña-
larlo el Destino!
»¡Por Alah! ¡Su mano piadosa deberia dirigirse ha-
cia aquellos que consagran su amor à las muy altas y
muy puras, á las que no se atreven a mirar los ojos de
los humanos!
>¡Oh mis deseos! ¡mis ranos deseos! ¡No deseéis
más, y dejad que mi alma se sepulte en la pasión sin
esperanza!
>>¡Pero tú, mujer de duro corazón, no creas que ha
de dominarme la tirania! ¡Antes que sufrir una vida
sin objeto y toda doliente, dejaré que mi alma vuele con
mis esperanzas!>>
Y con lágrimas en los ojos, entregó la carta à
la vieja, diciéndole: «¡Te molesto inútilmente! ¡ay
de mi! ¡Comprendo de sobra que sólo me resta mo-
rir!» Y la vieja dijo: «Abandona esos tristes presen-
timientos y contémplate, ¡oh hermoso joven! ¿No