Y cuando iban á salvarse, apareció ante ellos el asceta y les gritó: <<¿Por qué huis ante el enemigo? ¿No sabéis que vuestra vida está en manos de Alah, el único que os la puede arrebatar y os la puede quitar? Aquí me tenéis á mí: me encerraron en un subterráneo, y he sobrevivido porque Él lo quiso. ¡Adelante, pues, musulmanes! ¡Y si la muerte está ahí, el Paraíso os aguarda!>>
Al oir estas palabras, sintieron renacer su va- lor, y aguardaron á pie firme al enemigo que se pre- cipitaba sobre ellos. Sólo eran ciento tres los musul- manes; pero ¿no vale un creyente por mil infieles? Y efectivamente, apenas estuvieron los cristianos al alcance de sus lanzas y de sus espadas, comenzó el vuelo de cabezas. Y Daul'makán y Scharkán á cada tajo lanzaban por el aire cinco cabezas corta- das. Los infieles se arrojaron sobre ellos de diez en diez, y saltaron entonces diez cabezas á cada golpe. Hicieron, pues, una gran carnicería, hasta que la noche separó á los combatientes.
Entonces los creyentes y sus tres jefes se retira- ron á una caverna, para resguardarse aquella no- che. Y buscaron inútilmente al asceta; y después de haberse contado, vieron que sólo eran cuarenta y cinco los supervivientes. Y Daul'makán dijo: «Acaso el asceta haya muerto en el combate.» Pero el visir exclamó: «¡Oh rey! He visto á ese asceta durante la batalla, y creo que excitaba contra nos- otros á los infieles. ¡Y parecía un efrit negro de la clase más espantosa!» Pero entonces se presentó el