visir y Aziz le visticron un traje magnifico, que se- guramente valdria cinco mil dinares, le abrocharon un cinturón de oro afiligranado, incrustado de pe- drería, con una hebilla de esmeraldas, y le pusie- ron un turbante de seda blanca con finos dibujos de oro y un airón de brillantes. Después invocaron so- bre él las bendiciones de Alah, y habiéndole acom- pañado hasta el jardin, se volvieron para dejarle penetrar solo.
El príncipe, al llegar á la puerta, encontró sen- tado al viejo guarda, que al verle se levantó en honor suyo, y le devolvió su zalema con respeto y cordialidad. Y como ignoraba que la princesa Donia hubiese entrado en el jardin por la puerta secreta, dijo á Diadema: «¡El jardin es tu jardín y yo soy tu esclavo!» Y abrió la puerta en seguida, rogándole que la franqueara. La cerró después, y volvió á sentarse en el lugar acostumbrado, alabando á Alah, que se miraba en tales criaturas.
Y Diadema hizo cuanto la vieja le había indi- cado, ocultándose en un bosquecillo por donde tenía que pasar la princesa. Esto en cuanto á él.
Pero en cuanto à la princesa Donia, he aquí lo que pasó. La vieja, mientras se paseaban, le dijo: «¡Oh señora mia! Tengo que decirte algo que contri- buirá á hacerte más deliciosa la contemplación de estos hermosos árboles, estas frutas y estas flores. >> Y Donia dijo: «Estoy dispuesta á escucharte, mi buena Dudu. Y la anciana dijo: «Deberías mandar que se retirasen todas estas esclavas, para que te