dejen gozar libremente de esta encantadora fres- cura. Son realmente una molestia para ti.» Donia dijo: «Tienes razón, nodriza.» Y despidió con una seña á sus esclavas. Y así sola con su nodriza, avanzó la princesa Donia hacia el bosquecillo en que estaba oculto el príncipe Diadema.
Y el príncipe, al verla, quedó tan sobrecogido de su hermosura, que se desmayó en el acto. Y Do- nia prosiguió su camino, y llegó á la sala en que había mandado pintar el visir la escena del paja- rero. A petición de Dudú penetró en ella por pri- mera vez en su vida, pues antes jamás había tenido la curiosidad de visitar aquel local, reservado á la servidumbre de palacio.
Al ver aquella pintura, la princesa Donia llegó al límite de la perplejidad, y dijo: «¡Mira, mi buena Dudú! ¡Es mi sueño de tiempo atrás, pero todo al revés! ¡Qué conmovida está mi alma!» Y apretán- dose el corazón, se sentó en la alfombra, y dijo: «¡Oh Dudú! ¿me habré engañado? ¿El maldito Eblis se habrá reído de mi credulidad en los sueños? Y la nodriza dijo: «¡Pobre hija mía! Mi experiencia ya te había avisado de tu error. Pero vámonos á pa- sear, ahora que desciende el sol y la frescura es. más suave.» Y salieron al jardín.
Y ya Diadema, vuelto en sí, se había puesto á pasear lentamente, según le había encargado Dudú, como si sólo atendiese á la belleza del paisaje.
Y al desembocar en una alameda, la princesa le vió, y entonces dijo: «¡Oh nodriza! ¡Mira qué her-