venida, y examinarla por todos lados, por delante, por detrás, por arriba y por abajo!»
Al oir estas palabras, la vieja desató su furor, se plantó delante del eunuco, y dijo: «¡Y yo que te había tenido siempre por modelo de cortesía y de buenos modales! ¿Qué te ha dado de repente? ¿Quie- res que te expulsen del palacio?» Y volviéndose ha- cia Diadema, le gritó: «¡Hija mía, perdona á este jefe! ¡Son bromas suyas! ¡Pasa, pues, sin temor!»> Entonces Diadema franqueó la puerta moviendo las caderas y dirigiendo una sonrisa por debajo del ve- lillo al jefe de los eunucos, que quedó asombrado ante la belleza que dejaba entrever la leve gasa. Y guiado por la vieja, atravesó un corredor, después una galería, inmediatamente otros corredores y otras galerías, y asi hasta llegar á una sala que daba á un gran patio y que tenia seis puertas, cu- yos amplios cortinajes estaban echados. Y la vieja dijo: «Cuenta esas puertas una tras otra, y entra por la séptima. ¡Y encontrarás, ¡oh joven merca- der! lo que es superior á todas las riquezas de la tierra: la flor virgen, la carne juvenil, la dulzura que se llama Sett-Donia!»
Entonces el principe contó las puertas una tras otra, y entró por la séptima. Y al dejar caer de nuevo la cortina, se levantó el velillo que le tapa- ba la cara. La princesa, en aquel momento, estaba durmiendo sobre un magnífico diván. Y su único vestido era la transparencia de su piel de jazmín. De toda ella se desprendía como un impaciente lla-