que lo mejor es volver á nuestra tierra y enterar al rey de esta desgracia, porque si no, nos echaría en cara el haber dejado de avisarle. » Hicieron, pues, los preparativos del viaje, y partieron para la Ciudad Verde, que era la capital del rey Solei- mán-Schah.
Y apenas hubieron llegado, se apresuraron a enterar al rey, relatándole toda la historia y el fin desdichado de la aventura. Y al terminar rompie- ron en sollozos.
Al oir aquella noticia tan terrible, el rey Solei- mán creyó que el mundo entero se desplomaba sobre él, y cayó sin conocimiento. Pero ¿de qué servian ya las lágrimas? Así es que el rey, repri- miendo aquel dolor que le roia el hígado y le enne- grecía el alma y toda la tierra ante su vista, juró que iba á vengar la pérdida de su hijo con una venganza sin precedentes. Y en seguida dispuso que los pregoneros llamaran á todos los hombres capaces de esgrimir la lanza y la espada, y á todo el ejército con sus jefes. Y mandó sacar todos los ingenios de guerra, las tiendas de campaña y los elefantes, y seguido de todo su pueblo, que lo que- ria extraordinariamente por su justicia y su gene- rosidad, se puso en camino hacia las Islas del Al- canfor y el Cristal.
Mientras tanto, en el palacio iluminado por la dicha, los dos amantes se adoraban cada vez más, y sólo se levantaban de las alfombras para beber y cantar juntos. Esto duró por espacio de scis me