la orden no hubieran anunciado al rey la llegada de dos enviados del rey Soleimán, que solicitaban su venia. Precisamente estos dos enviados prece- dian al rey y á todo el ejército. Y eran el visir y el joven Aziz. De modo que cuando les fué otorgada la entrada y conocieron al principe Diadema, hijo de su rey, les faltó poco para desmayarse de júbilo, y se echaron á sus pies y se los besaron. Y Diade- ma les obligó á levantarse y les abrazó, y en pocas palabras les expuso la situación; y ellos también le enteraron de lo que había ocurrido, y anunciaron al rey Schahramán la próxima llegada del rey Solei- mán y de sus fuerzas.
Cuando el rey Schahramán comprendió el peli- gro que había corrido al ordenar la muerte del joven Diadema, cuya identidad era ya evidente, levantó los brazos y bendijo à Alah, que habia detenido la . mano del verdugo. Después dijo á Diadema: «¡Hijo mío, perdona á un anciano como yo, que no sabia lo que iba á hacer! ¡Pero la culpa la tiene mi mal- vado visir, al cual voy á mandar empalar ahora mismo!» Entonces el príncipe Diadema le besó la mano y le dijo: «Tú eres, ¡oh rey! como mi padre, y yo soy más bien el que debe pedirte perdón por las emociones que te he causado.» El rey dijo: «¡La culpa la tiene ese maldito eunuco, al cual voy á crucificar en un tablón podrido que no valga dos dracmas!» Entonces Diadema dijo: «¡En cuanto al eunuco, bien merece que le castigues; pero al visir perdónale, para que otra vez no juzgue tan de lige-