ro!» Entonces Aziz y el visir intercedieron para al- canzar también el perdón del eunuco, al cual el terror le habia hecho orinarse encima. Y el rey, por consideración al visir, perdonó al eunuco. Entonces advirtió Diadema: «¡Lo más importante es tranqui- lizar á la princesa Donia, que es toda mi alma!» Y el rey dijo: <Ahora mismo voy á verla.» Pero antes mandó á sus visires, emires y chambelanes que es- coltaran al principe Diadema hasta el hammam y le hicieran tomar un baño que le refrigerase agra- dablemente. Después corrió al pabellón de la prin- cesa, y la halló á punto de clavarse en el corazón la punta de una espada cuyo puño apoyaba en el suelo."
Al ver esto, sintió el rey que se le escapaba la razón, y gritó á su hija: «¡Se ha salvado tu prin- cipe! ¡Ten piedad de mí, hija mia!» Al oir estas palabras, la princesa Donia arrojó la espada, besó la mano á su padre, y entonces el rey la enteró de todo. Y ella dijo: «¡No estaré tranquila hasta que vea á mi prometido!» Y el rey, apenas salió Dia- dema del hammam, se apresuró á llevarle al apo- sento de la princesa, que se arrojó á su cuello. Y mientras los dos amantes se besaban, el rey se ale- jó, después de cerrar discretamente la puerta. Y marchó á su palacio, ocupándose en dar las órdenes necesarias para la recepción del rey Soleimán, á quien se apresuró á enviar al visir y á Aziz, á fin de que le anunciasen el feliz arreglo de todas las cosas, y le envió como regalo cien caballos magni-