pecto á sus labios, que eran del color de las grana- das, ¡hablad vosotras, delicias de las frutas madu- ras! Y en cuanto á sus mejillas, ¡sus mejillas! hasta las mismas rosas habrían reconocido su superiori- dad. Asi son verdaderas estas palabras del poeta en honor suyo:
¡Embriagate, corazón mio! ¡Bailad de júbilo en rues-
tras órbitas, ojos mios! ¡Hela aqui! ¡Constituye las de-
licias del mismo que la creó!
¡Sus párpados desafian al kohl à que los haga más
oscuros! ¡Siento que sus miradas atraviesan mi corazón,
como si fueran la espada del Emir de los Creyentes!
¡En cuanto á sus labios! ¡Oh jugo que brotas de las
uvas maduras antes de pisarlas! ¡Jarabe que filtras bajo
la prensa de sus perlas!
¡Y vosotras, ¡oh palmeras que sacudis à la brisa los
racimos de ruestros cabellos! he aquí su cabellera!
Así era la princesa Fuerza del Destino, hija de
Nozhatú. Pero en cuanto à su primo el príncipe
Kanmakán, era otra cosa. Los ejercicios y la caza,
la equitación y los torneos con lanza y azagaya, el
tiro al arco y las carreras de caballos, habian dado
flexibilidad á su cuerpo, y habían aguerrido su
alma, y se había convertido en el jinete más her-
moso de los países musulmanes y en el más valeroso
entre los guerreros de las ciudades y las tribus. Y
con todo eso, su tez habia seguido tan fresca como
la de una virgen, y su cara era más bella á la vista