que las rosas y los narcisos, como dice el poeta ha- blando de él:
¡Apenas circuncidado, la seda adornó amorosamente la dulzura de su barbilla, para luego, con la edad, som- brear sus mejillas con un terciopelo negro de tejido muy apretado!
¡Ante los ojos encantados de quienes le miraban, pa- recía el cervatillo que ensaya una danza tras los pasos de su madre! ¡Para las almas atentas que le seguían, sus mejillas, dispensadoras de la embriaguez, ofrecían el rojo color de una sangre tan delicada como la miel de su saliva! ¡Pero á mí, que consagro mi vida á la adoración de sus encantos, lo que me arrebata el alma es el color verde de su calzón!
Hay que saber que hacía algún tiempo que el gran chambelán, tutor de Kanmakán, á pesar de las amonestaciones de su esposa Nozhatú y de los be- neficios que debía al padre de Kanmakán, se ha- bia apoderado completamente del poder, y hasta se había hecho proclamar sucesor de Kanmakán por cierta parte del pueblo y del ejército. En cuanto á la otra parte del pueblo y del ejército, habia per- manecido fiel al nombre y al descendiente de Omar Al-Nemán, y cumplía sus deberes bajo la dirección del anciano visir Dandán. Pero el visir Dandán, ante las amenazas del gran chambelán, había aca- bado por alejarse de Bagdad, y se había retirado á