y girando bruscamente, extendió el brazo, lanza en ristre. Y con aquel bote perforó el vientre del cris- tiano, haciendo que le saliera por la espalda el hie- rro chorreando. Y Kahrudash dejó para siempre de figurar entre el número de los guerreros descreídos.
Al ver esto, los jinetes de Kahrudash se confia- ron á la rapidez de sus caballos, y desaparecieron en lontananza entre una nube de polvo que acabó por cubrirlos. Entonces, Kanmakán, limpiando su lanza, siguió su camino, haciendo seña á Sabah de que siguiera hacia adelante con el rebaño y los es- clavos.
Y después de esta hazaña, Kanmakán encontró á una negra muy vieja, errante del desierto, que contaba de tribu en tribu historias y cuentos á la luz de las estrellas. Y Kanmakán, que había oído hablar de ella, le rogó que se detuviese para des- cansar en su tienda y le contara algo que le hiciera pasar el tiempo y le alegrase el espíritu ensanchȧn- dole el corazón. Y la vieja vagabunda contestó: «¡Con mucha amistad y con mucho respeto!» Des- pués se sentó á su lado en la estera, y le refirió esta HISTORIA DEL AFICIONADO AL HASCHISCH:
«Sabe que la cosa más deliciosa que ha alegra-
do mis oídos, ¡oh mi joven señor! es esta historia
que he llegado á saber de un haschasch entre los
haschaschín.
»Había un hombre que adoraba la carne de las virgenes...