peso de sus rodillas cuando se las apoyaban en el vientre para darle masaje con toda su destreza. Después le lavaron, á fuerza de lanzarle jofainas de cobre, y le frotaron con fibras vegetales. Luego el amasador mayor quiso lavarle personalmente ciertas partes delicadas, pero como le hacía muchas cosquillas, hubo de decirle: «¡Yo mismo lo haré!» Terminado el baño, el amasador le rodeó la cabe- za, los hombros y los riñones con tres paños más blancos que el jazmín, y le dijo: «¡Oh mi señor! ¡ha llegado el momento de entrar en la habitación de tu esposa, que te aguarda!» Pero él exclamó: «¿Qué esposa es esa? ¡Yo soy soltero! ¿Te habrá mareado el haschisch para disparatar de ese modo?»> Pero el amasador dijo: «¡Basta de bromas! ¡Vamos á ver á tu esposa, que está impaciente!» Y le echó sobre los hombros un gran velo de seda blanca, y abrió la marcha, mientras los dos negros le sostenían por los hombros, haciéndole de cuando en cuando cos- quillas en el trasero, sólo por broma. Y él se reía en extremo.
» Asi llegaron á una sala medio oscura y perfu- mada con incienso; y en el centro habia una gran bandeja con frutas, pasteles, sorbetes y jarrones llenos de flores. Y después de haberle hecho sentar en un escabel de ébano, el amasador y los dos ne- gros le pidieron la venia para retirarse, y desapa- recieron.
»Entonces entró un muchacho, que se quedó de pie aguardando sus órdenes, y le dijo: «¡Oh rey del