luna en cuarto creciente; y á su derecha se hallaba en todo el esplendor de su hermosura una joven de- liciosa, de cintura tan fina y flexible como la rama tierna del sauce. En aquel mismo momento me ena- moré hasta el límite más extremo de la pasión, pero no sé exactamente si de la joven ó del imberbe mu- chacho. Porque ¡por Alah! ¿qué es más hermoso, la luna ó el cuarto creciente?
>> Y les dije: «¡La paz con vosotros!» En seguida la muchacha se cubrió el rostro, y el joven se volvió hacia mí, se levantó, y dijo: «¡Y sobre ti la paz!>> Entonces prosegui: «¡Soy Hamad ben-El-Fezari, de la tribu principal del Eufrates! ¡El guerrero famoso, el jinete formidable, aquel cuya valentía y temeri- dad vale por quinientos jinetes! He dado caza á un avestruz, y la suerte me ha traído hasta aquí, por lo cual vengo á pedirte un sorbo de agua.» Enton- ces el joven se volvió hacia la muchacha y le dijo: <<¡Tráele de beber y comer!» ¡Y la joven se levantó! ¡Y anduvo! ¡Y el ruido armonioso de los cascabcles de oro de sus tobillos marcaba cada paso suyo! ¡Y detrás de ella, su cabellera suelta la cubría por completo, y se balanceaba pesadamente hasta el punto de hacerla tropezar! Y yo, á pesar de las mi- radas del joven, contemplé con toda mi alma á aquella huri, para no separar ya de ella mis ojos. Y volvió llevando en su mano derecha una vasija llena de agua fresca, y en la izquierda una bandeja con dátiles, tazas de leche y platos con carne de gacela.