quisiera. Pero yo, no queriendo abusar, me despedi de ellos besando siete veces la tierra entre sus ma- nos. Después, montando en mi corcel, cogí la ca- mella del ramal y me apresuré á emprender el ca- mino del desierto, por donde había venido.
» Y entonces, habiendo llegado á ser el más rico de mi tribu, me erigi en jefe de una gavilla de ban- doleros salteadores de caminos. ¡Y sucedió lo que sucedió!
» ¡Tal es la historia que os habia prometido, y que merece la remisión de todos mis crimenes, aun- que no son, en verdad, muy leves!>>
Cuando el beduino Hamad acabó su historia,
Nozhatú dijo á los dos reyes y al visir Dandán:
«Hay que respetar á los locos, aunque imposibili-
tándolos de hacer daño. Ahora bien; este beduino
tiene irremediablemente perdida la cabeza, pero
hay que perdonarle sus fechorías en atención á su
entusiasmo por los bellos versos y á su memoria
asombrosa.» Al oir estas palabras, el beduino se
sintió tan profundamente emocionado, que se des-
plomó sobre la alfombra. Y llegaron los eunucos y
lo cogieron.
Y apenas acababan de retirar al beduino, cuan-
do entró un correo, y besando la tierra entre las
manos de los reyes, exclamó: «¡La Madre de todas
las Calamidades está á las puertas de la ciudad,
pues no dista mas que una parasanga!»