Y el principe Diadema exclamó: «¡Por Alah! Si esos mercaderes me traen tan hermosas cosas, ¿por qué no vamos á buscarlas? Así pasaremos alegre- mente la mañana.» Y el principe, seguido de sus amigos los cazadores, se dirigió hacia las tiendas de la caravana.
Cuando los mercaderes vieron llegar al príncipe y adivinaron quién era, acudieron á su encuentro, le invitaron á entrar en sus tiendas, y le levanta- ron en su honor una magnífica tienda de raso rojo con figuras multicolores representando flores y pá- jaros, alfombrada de sedas de la India y brocados de Cachemira. Y colocaron un precioso almohadón sobre una maravillosa alfombra de seda, cuyo borde estaba enriquecido con varias filas de esmeraldas. Y el príncipe se sentó en esta alfombra, se apoyó en el almohadón y pidió á los comerciantes que le en- señaran sus mercaderías. Y habiéndole enseñado los comerciantes todas sus mercaderías, eligió lo que más le agradaba, y á pesar de que se resistian, les obligó á aceptar su precio, pagándoles con largueza.
Después mandó á los esclavos que recogiesen las compras, y se disponia á montar para proseguir la caza, cuando de pronto vió delante de él, entre los mercaderes, á un joven...
En este momento de su narración, Schahrazada
vió aparecer la mañana, y con su acostumbrada dis-
creción, aplazó el relato para el día siguiente.