Pero el rey nada le dijo sobre esto, y siguió juz- gando, concediendo empleos, destituyendo, go- bernando y despachando los asuntos pendientes, y así hasta el fin del día. Después se levantó el diván, y el rey entró en su palacio. Y el visir se quedó muy perplejo, llegando al límite más extre- mo del asombro.
Pero en cuanto llegó la noche, el rey Schahriar fué á buscar á Schahrazada, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.
Y ERA LA 112.ª NOCHE
Y en cuanto se terminó la cosa, la joven Donia- zada se levantó de la alfombra y dijo a Schah- razada:
«¡Oh hermana mía! Te ruego que continúes esa bella historia del hermoso príncipe Diadema y Aziz y Aziza, que al pie de los muros de Cons- tantinia contaba el visir al rey Daul'makán.»>
Y Schahrazada, sonriendo a su hermana Donia- zada, le dijo: «¡La contaré de todo corazón y como homenaje debido! ¡Pero no sin que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenos mo- dales!>>
Entonces, el rey Schahriar, que no podía dor- mir por la impaciencia con que aguardaba el re- lato, contestó: «¡Puedes hablar!»
Y Schahrazada dijo: