cara se me puso amarilla y se desmejoraron mis facciones. Porque era la primera vez que sentía la pasión, y gozaba un amor amargo y misterioso.
Así es que, durante los cinco días que estuve aguardando, enflaquecí hasta el extremo, y mi pri- ma, muy afligida al verme de aquel modo, no me dejó ni un solo instante, y pasaba los días y las no- ches sentada á mi cabecera, contándome historias de enamorados, y en vez de dormir velaba á mi lado; y algunas veces la sorprendí secándose las lá- grimas, que quería disimular. Por fin, pasados los cinco días, me obligó á levantarme, y me calentó agua, y me hizo entrar en el hammam. Y después me vistió, y me dijo: «¡Ve á escape á la cita! ¡Y Alah te haga lograr lo que deseas y con sus bálsa- mos te cure el alma!» Me apresuré á salir, y corri á casa del tintorero judío.
Pero aquel día era sábado, y el judío no habia abierto la tienda. Me senté, à pesar de todo, delante de la puerta de la tienda, y estuve esperando hasta la oración y hasta que el sol se puso. Y como la no- che avanzaba sin ningún resultado, me sobrecogió el temor y me decidi á volver á casa. Llegué como borracho, sin saber lo que hacia ni lo que decía. Y encontré á mi pobre prima de pie, vuelta la cara hacia la pared, con un brazo apoyado en un mueble y una mano sobre el corazón. Y suspiraba unos ver- sos muy tristes acerca del amor desgraciado.
Pero apenas se enteró de mi presencia, se secó los ojos y corrió á mi encuentro, procurando son-