reir para ocultarme su dolor. Y me dijo: «¡Oh prime muy amado! ¡que Alah haga duradera tu felicidad! Pero ¿por qué, en lugar de volver tan solo por las calles desiertas, no has pasado toda la noche en casa de tu amante?» Al oirla no pude contenerme; crei que mi prima se quería burlar de mi, y la rechacé con tal brusquedad, que fué á caer todo lo larga que era contra el ángulo de un diván, y se hizo en la frente una ancha herida, de la que empezó á ma- nar la sangre á oleadas. Entonces mi pobre prima, lejos de irritarse por mi brutalidad, no pronunció ni una palabra de indignación, se levantó muy re- signada, y fué á quemar un pedazo de yesca, apli- cándosela sobre la herida. Y cuando se hubo ven- dado la frente con un pañuelo, limpió la sangre que manchaba el mármol, y como si nada hubiese pa- sado, se volvió hacia mi, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor dulzura... En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la mañana, y discreta como de costum- bre, interrumpió su relató hasta el otro día.
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Apariencia