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naciste, y alcanzarás digno casamiento; porque todo el mundo se complace en donde ve la virtud. Además, ¿no consideras cuántas serán las alabanzas que de tí y de mí pregonará la fama, si me obedeces? ¿Qué ciudadano o extranjero, al vernos, no tendrá a gran honra el alabarnos con expresiones a este tenor?: «Mirad, amigos, a esas dos hermanas, que salvaron de la ignominia la casa de su padre, y a los enemigos, que felices vivían, los mataron sin perdonarles la vida. Éstas son dignas de amor; éstas, dignas de respeto; a ellas, en todas las fiestas y reuniones públicas es preciso que todo el mundo rinda honores por su varonil entereza. » Tales alabanzas dirán de nosotras todos los mortales, en nuestra vida y después de muertas; de suerte que nuestra gloria nunca perecerá. Créeme, pues, querida; compádecete del padre, asociate a la desgracia de tu hermano, haz que yo me vea libre de mis penas y librate tú también, sabiendo que vivir con ignominia es vergüenza para los bien nacidos.

Coro.—En estas circunstancias la prudencia es la mejor ayuda para el que aconseja y para el aconsejado.

Crisótemis.—Y tanto, ¡oh mujeres!, que si ésta no se dejara llevar de locas resoluciones, habría tomado antes de hablar toda suerte de precauciones, cosa que no ha hecho. ¿En dónde ves ese valor con que tú te aprestas a la lucha y me llamas para que te ayude? ¿No reflexionas? Eres mujer y no hombre; y tu mano es más débil que la de los contrarios. La suerte, además, les es más favorable cada día, mientras nos abandona a nosotras, y en nada nos ayuda. ¿Quién, pues, al intentar matar a ese hombre, escapará sin castigo? Mira que a los males presentes se añadirán otros mayores, si alguien oye nuestra conversación. Ni nos salva ni mejora nuestra suerte, el tomar ahora una buena resolución y mo-